Reunidas en la capilla, las Madres y Hermanas de la Casa de Roma, se dio inicio al rezo de las Primeras Vísperas de la Liturgia de las Horas, con las que abrían las celebraciones del Año Jubilar de la muerte de la Beata María Catalina; celebraciones que culminarán el 10 de octubre de 2018, fecha de la muerte de nuestra amada Hermana.
El acto fue presido por Don Salvador Aguilera. Al canto y recitación de himnos, salmos y preces acompañó la homilía compartida a continuación:
«Porque estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36) son las palabras con las que el Señor recibió en el cielo a la capitana de este heroico ejército de religiosas consagradas a la caridad corporal y espiritual. Santa María Soledad quiso imitar a Cristo, buen samaritano (cf. Lc 10,30- 37), configurándose plenamente a él. Por eso, en el camino de su vida, se acercó a los que sufren y, compadeciéndose de ellos, les vendó sus heridas con el óleo de la caridad, cargó sobre sí los sufrimientos de los enfermos haciéndolos suyos, hasta el punto de darles cobijo en la posada de su alma, pidiéndole constantemente al Señor que les curara las heridas del cuerpo pero, sobre todo, las del alma. Y antes de dejar la posada de este mundo, también quiso dejar dos denarios (cf. Mt 25,15): el de su vida y el de su carisma.
Y hoy, en estas primeras Vísperas, damos gracias a Dios por tan excelsa Madre que dejó a la Iglesia este denario, este carisma de la asistencia a los enfermos en su domicilio familiar que, tal como diría el beato Pablo VI en la homilía de su canonización, nadie antes que ella había ideado en forma tan sistemática, descubriendo un nuevo campo para el ejercicio de la caridad hacia el prójimo que sufre (cf. Homilía del 25 de enero de 1970: AAS 62 [1970] 82-88).
Un ejemplo y modelo así habría de ser imitado y por eso, con el paso del tiempo, muchas han querido seguir sus huellas sirviendo con amor generoso a los enfermos. Entre ellas quisiera destacar, en primer lugar, a la beata María Catalina, que cerró los ojos a este mundo el 10 de octubre de 1918, hace justo hoy 99 años; en ella, al igual que en la Santa Fundadora se cumplió aquel dicho: «de Madrid al cielo».
Ésta, la primera hija de Madre Soledad en subir al honor de los altares, tal como señalaba el Cardenal Angelo Amato en su beatificación, «renunció a su vida y decidió arrodillarse ante el dolor humano para elevarlo hacia
Dios» (Homilía del 29 de octubre de 2011). Sor María Desposorios no sólo supo ser enfermera sino también enferma y, en el altar del sufrimiento, ofreció su ejemplo callado y silencioso.
Pero el denario siguió dando fruto y, haciendo uso de otra imagen de la Escritura, en 1936 cuatro hijas de esta Santa de Chamberí serían granos de trigo que, cayendo en tierra, morirían para dar fruto (cf. Jn 12,24): Aurelia, Aurora, Agustina y Daría. Esta última repetía con frecuencia: «yo quiero el martirio del sacrificio diario y si Dios quiere, también morir; morir mártir por Él». Y es que el martirio no se improvisa, murieron como vivieron y, por eso, no temieron la muerte (cf. Ap 12,11) sino que, con las lámparas encendidas (cf. Lc 12,35) con el aceite de la fe, siguieron e imitaron al Cordero, entrando así en el banquete de las nupcias eternas (cf. Mt 25,23).
Y la llama que encendió Madre Soledad no sólo se quedó en España sino que traspasó fronteras obedeciendo el mandato misionero de Jesús Resucitado (cf. Mc 16,15), llegando ya a expandirse en tiempos de nuestra Santa por Cuba, Puerto Rico y, después, por otros lugares de América, África y Asia. Si para Madre Soledad hemos usado la imagen bíblica del denario y para las Beatas Mártires la del grano de trigo caído en tierra, en las Antillas, a la hora de hablar de una de sus hijas, hemos de usar la imagen de la perla (cf. Mt 13,45): Madre Soledad Sanjurjo, honor de la isla borinqueña; la próxima, si Dios quiere, en subir al honor de los altares.
Queridas hermanas, a la bienaventurada Virgen María que, en esta Congregación es venerada con el título de la Salud, le pedimos nos conceda la gracia de descubrir la presencia de su Hijo Jesucristo en los que sufren para merecer, también con ellos, la herencia eterna.
Rvdo. D. Salvador Aguilera López*
* Sacerdote de la Archidiócesis de Toledo;
trabaja en Roma como oficial de la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos